Por Claudia Ortiz
El mundo tiene puestos sus ojos
en los jóvenes; según el pensamiento popular, las nuevas generaciones son nuestra
esperanza. Esperamos mucho de los jóvenes, que transformen el mundo –aunque
habría qué llegar a un consenso de cuál es el mundo que queremos-, que con sus
avispados conocimientos tecnológicos innoven en todas las áreas y realicen
interesantes y nuevos descubrimientos que alivien enfermedades mortales y que nos
faciliten aún más las cosas.
Pero cuando se dice tener
esperanza en los jóvenes es importante tener presente un área más trascendente:
Su salvación y la de su generación y siguientes. Si los jóvenes navegaran por
la vida con este objetivo, sus frutos serían realmente para beneficio de todos y
entonces sí viviríamos una nueva era en donde reinara el amor, la verdad y la
honestidad.
Recientemente conocí a Thalia,
estábamos en un retiro, lo cual es ya de por sí poco usual entre los jóvenes,
pero ella además está interesada y estudiando la Divina Voluntad, y desde ese
momento la admiré porque también –olvidé mencionar- estaba donando su tiempo en
un retiro de jueves a domingo como servidora.
Thalia, a pesar de su corta edad,
tiene una impresionante historia en la que Dios la ha conducido con claridad y
con paciencia hacia “Sus cosas” y no siempre con su mano suave; y ella, de
llegar a pensar en algún momento que ciertas cosas eran “mochas”, se ha
convertido en una servidora fiel que vive cada día la lucha por hacer la Voluntad
de Dios.