lunes, 9 de noviembre de 2015

Enseña con sencillez para que todos los corazones contemplen al Señor


Por Claudia Ortiz

Si alguien me ha hecho voltear a ver a los Santos, ese es el Sr. Cura Salvador Arellano, un sacerdote muy devoto de la Santísima Virgen, pero también muy consciente de que practicar la lectura frecuente de la vida de los Santos, encomendarnos a ellos y tratar de imitarlos, es de gran ayuda para el crecimiento espiritual de cada persona.
Así lo recomienda en sus confesiones y también en sus homilías, en las que prácticamente cada día relata la vida del Santo que se celebra. El que más le simpatiza es San Francisco de Sales, por su manera de ser, por su amabilidad, y de hecho, recomienda mucho la lectura de sus libros: “La Filotea” y “El Espíritu de San Francisco de Sales, 133 Consejos Prácticos de un Gran Santo”, de Monseñor Pedro Camus.



Importante legado para sus fieles
El Padre Salvador prepara con detalle sus homilías, de tal forma que muchas de ellas se convierten en catequesis y son de gran enseñanza, siempre las dicta con gran sencillez y cuando es posible agrega alguna anécdota de su infancia y también un poco de humor.
Le da especial importancia a la formación de los fieles y por eso escribe y publica “El Sembrador” un folleto en el que aborda un tema de actualidad y explica cómo quiere Dios que lo vivamos. La publicación originalmente era quincenal, sin embargo ha abierto Talleres de Espiritualidad y clases de Biblia que imparte él mismo, y cuya preparación le ha quitado tiempo para mantener la periodicidad del “periodiquito”, como él le dice.
Todas las “clases” que él ofrece o temas que prepara con presentaciones en Power Point también para las semanas dedicadas a la Familia, a la Biblia u otros temas, siempre está dispuesto a compartirlas con cualquier persona que se acerque a pedirlas, su intención es que todos cuenten con la información que necesitan para su crecimiento espiritual.

Impartiendo Clases de Biblia.


Una infancia de carencias, pero de gran formación
Nació en un rancho de Florencia, Zacatecas, el 7 de noviembre de 1946, y fue bautizado tres días después, es el menor de los cuatro hijos del matrimonio formado por Vicente y María Guadalupe Arellano.
Su familia era pobre –recuerda- “no tuvimos ni casa propia, todo era prestado, mi infancia me la pasé en el campo cuidando animales, guajolotes y puercos”.
Su hermana mayor María de la Luz era maestra y la que le seguía en edad, María del Refugio, cuando tenía 17 años se fue al Convento, así que sólo quedaron su hermano mayor, Francisco, y él, para apoyar a sus papás en las tareas del campo, así que en cuanto tuvo edad, a los cinco años, aprendió a cuidar guajolotes.
Tal vez lo habrían puesto a trabajar antes, pero el pequeño Salvador caminó hasta los cuatro años, antes sólo gateaba. Recuerda que en una ocasión, estaban afuera de su casa y comenzó a llover, su papá lo vio bajo una higuera y pensó que por la lluvia, su hijo se pararía para refugiarse en casa, pero no, ni la lluvia lo movió, Salvador se quedó bajo el árbol gritando: “¡me caen chorros, me caen chorros!”.
Cuando por fin caminó, junto con su hermano Francisco se encargó del trabajo porque era la única forma de salir adelante, así que criaban a los guajolotes en mayo y los vendían en octubre o noviembre, mientras tanto su papá se fue a Guadalajara a trabajar por la necesidad económica. Recuerda su infancia como algo bello, pero triste, porque su papá no estaba por varias temporadas.

 Al fondo, su casa paterna.



Sin manifestaciones de cariño, pero al fin muchos buenos consejos y enseñanzas
Don Vicente y doña María Guadalupe no eran cariñosos, nunca le dieron un beso ni otras expresiones de cariño, recuerda el Padre Salvador que su papá era además muy exigente y duro con él, lo regañaba, castigaba, le pegaba y por eso le tenía miedo, pero le agradece mucho sus enseñanzas.
Tanto su papá como su mamá eran muy piadosos, rezaban mucho el Rosario, y le inculcaron una gran devoción por la Santísima Virgen. Su familia adoptó además la devoción al Señor San José que llevó al pueblo un Sr. Cura y cada día 19 de cada mes le  dedicaban una visita especial y el rezo de un rosario, y a la fecha él sigue con esta devoción especial.
Su papá además le enseñó la manera de ser una persona honesta y confiable, desde chico lo envió a pedir préstamos a las tiendas aunque no necesitara el dinero, se presentaba como hijo de Don Vicente Arellano, el de los Tecolotes, mención que era su carta de recomendación, y le prestaban $5 pesos, dinero que guardaba y que en el plazo fijado iba a devolver; así se hizo de una reputación confiable, de tal forma que cuando tuviera una necesidad real, tendría a quién recurrir.
Aprendió a arar, sembraba maíz y frijoles, y –dice el Padre Salvador- que su papá le enseñó sobre todo a pizcar muy bien, con gran velocidad y bien hecho. Con la petaca canchada en la espalda, atada a una banda que se sostenía de su cabeza, realizaba la pizca junto con hasta 80 trabajadores, hombres de edad y de piedad que cantaban juntos después de pizcar: “Bendita sea su pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza, a ti celestial princesa, Virgen Sagrada María, te ofrezco en este día: alma, vida y corazón, míranos con compasión, no nos dejes madre mía, caer en la tentación, ni de noche ni de día, en aquella hora postrera, no nos niegues tu semblante, mirete yo Madre amante,  mirete cuando me muera…”
Era un trabajo muy duro, sin embargo al realizarlo no dejaban de alabar al Señor, como recurrían a Él para cualquier otra circunstancia.

De visita en Florencia.



“Tengo vida de milagro”
El Padre Salvador tiene muchas anécdotas de su infancia, en varias de ellas corrió tal peligro que considera que solo por la mano de Dios no se hizo ningún daño.
“Cuando tenía 9 ó 10 años andaba haciendo pelear unos toros y un toro se me vino  a mí encima, me tiró una cornada, no me atinó pero sí me tumbó”, relató.
Una de las actividades en las que se entretenía con sus amigos en el rancho era organizar carreras de caballo, para hacerlo, abrían el ganado para pasar con los caballos entre ellos, pero en una ocasión, él iba corriendo una yegua colorada que era prestada, pero una vaca se movió y se atravesó en el camino, chocó con la vaca y salió volando, milagrosamente cayó patinando y no le pasó nada.
Otro de sus pasatiempos era brincar zanjas profundas, el reto consistía en ver quién brincaba más, pero en una ocasión que la tierra estaba mojada y se puso resbaloso el terreno, al llegar al otro lado se fue para atrás y cayó en la zanja que estaba bastante profunda y llena de piedras, quedó atorado con la cabeza hacia el hoyo y los hombros fueron los que lo detuvieron, para su sorpresa, tampoco le pasó nada en absoluto, sus amigos lo sacaron de ahí atando sus pies a una soga.
Y aunque no siempre se libraba de los golpes, sí se salvaba de los daños mayores, como le pasó en otra ocasión que se cayó de la rama de un árbol, pero tampoco pasó nada grave.
Recuerda con mucho cariño la vida del campo, tan tranquila, sana y todo el tiempo confiando en Dios y recurriendo a Él para lo que se necesitara.
Las jornadas de su infancia eran levantarse a las 4 ó 5 de la mañana para ayudarle a su mamá a hacer el quehacer y que ella pudiera preparar el desayuno, a las 8 se iba con su hermano a la escuela, en donde estudiaban de 9 a 1 pm, al salir se quedaban por ahí para comer el lonche porque a las 3 regresaban a la escuela y salían hasta las 6:30, para llegar a su casa a hacer tarea y rezar con la familia después de cenar.

Prohibidos los huaraches en el Seminario Menor
Considera que debe su vocación, además de la gran piedad de sus papás, al testimonio de los dos sacerdotes de su Parroquia, el Sr. Cura Félix Peña y al Padre Jacinto Chávez, ambos con gran devoción a la Santísima Virgen María, ejemplares y hombres de piedad, le llamaba la atención su modo de ser y la forma de Celebrar la Santa Misa.
Junto con su hermano Francisco, de alguna forma jugaban a ser el Sr. Cura y su Vicario. Pero su hermano se fue al Seminario y dejó a Salvador sin posibilidades de hacer lo mismo, pues alguien tenía qué ayudar a sus papás, entonces todos creyeron que Salvador se iba a casar y él veía cómo todos sus amigos en el rancho se iban casando, pero para él esa no era una opción, el matrimonio no le atraía.
Después de dos años y medio, su hermano abandonó el Seminario, sólo le bastó avisar que regresaba a casa, y ya sabiéndolo en camino, Salvador se salió de su casa con destino al Seminario de Totatiche para estudiar la secundaria cuando tenía casi 20 años de edad, ingresó al Seminario el 7 de Septiembre de 1966.
Para entonces su hermana María de la Luz ya se había casado y le dio $30 pesos para que pudiera comprar sus libros en el Seminario, pero cuál fue su sorpresa al llegar no podía ingresar si no entraba con zapatos, mientras que él traía y sólo usaba huaraches, los que de hecho a la fecha sigue calzando. Gastó el dinero que le dio su hermana para comprar zapatos del número 30 estilo italiano que utilizó durante tres años y que de tan sólo usarlos -recuerda- tuvo fiebre los primeros días.
Al quedarse sin dinero para pagar sus libros ni su manutención, llegó a un acuerdo con el Padre Rector, atendería la granja del Seminario para ordeñar las vacas para los 50 seminaristas, entonces se levantaba a las 4 de la mañana para realizar las labores de la granja  y a las 6:30 am estar en la capilla para la oración. Por la tarde volvía a ordeñar las vacas mientras sus compañeros hacían tareas, por eso y como no tenía libros, al terminar el trabajo de la granja, mientras sus compañeros dormían, le prestaban los libros para que él estudiara o hiciera tareas. Para no molestar, un sacerdote le facilitó el cuarto de revelado, ya que a cierta hora, las luces debían estar apagadas y no podía estudiar en su habitación, esa situación le sirvió para aprender incluso algunas técnicas de revelado y fotografía, y además no lo limitó en sus estudios pues obtuvo el primer lugar en segundo y tercero de secundaria.
Cuando ingresó al Seminario Mayor la historia cambió un poco, para empezar, ya no necesitaba usar sus zapatos. El Cardenal Don Juan Sandoval Íñiguez, que entonces era el Rector, le consiguió una bienhechora que donaba $300 pesos al mes para su manutención y estudios, por lo que ya no tuvo qué trabajar.
El Padre Rosario Ramírez le prestó una cámara fotográfica y así se encargó de las fotos que se publicaron en la revista Apóstol del Seminario.

Se aficionó a la fotografía.


Un sacerdote muy querido
Desde el 21 de noviembre de 1998 está en su actual destino como Sr. Cura de la Parroquia Virgen de la Encarnación, de dónde sólo fue separado por un breve tiempo con motivo de una enfermedad.
En sus Misas dominicales tiene la costumbre de ofrecer la Misa por todas aquellas personas que asisten al templo por primera vez, con la intención de que la gente se sienta acogida y siga asistiendo.
Sus jornadas inician a las 4 de la mañana para preparar sus homilías, rezar ante el Santísimo e informarse de lo que sucede en el mundo en las páginas católicas, además dedica tiempo a avanzar en el material que tiene que preparar para sus clases o lo que tenga pendiente de escribir.
Está consciente de que no todas las personas pueden estar de acuerdo con sus actividades o disposiciones en la Parroquia, por eso le pide mucho a Dios y a la Santísima Virgen María que le dé las virtudes de la paciencia y la prudencia.
Lo cierto es que es un sacerdote muy querido y respetado, cuenta con el apoyo de un gran equipo de personas para las diferentes actividades y pastorales de la Parroquia, y el cariño queda de manifiesto especialmente en sus cumpleaños, días en que se arman grandes fiestas, los fieles llevan lo que pueden y se organiza una sana convivencia familiar en torno al Padre.

El Padre Salvador sabe la importancia de los Medios de Comunicación en la actualidad y no sólo se preocupa por la información impresa antes mencionada, sino también dedica tiempo a hacer videos e informar a la feligresía a través del Facebook. Celebra Misas en María Visión el segundo lunes de cada mes y además colabora con cápsulas con historias de reflexión. Es uno de los pocos sacerdotes de la Diócesis que colabora una vez al mes en el Servicio de Auxilio Nocturno Espiritual (SANE) y es autor de los libros Panorámica de la Biblia y Catecismo sobre la Familia y el Matrimonio.

Preparando sus clases.       
  Festejando su cumpleaños. 

Fotografías facilitadas por el Padre Salvador Arellano y fieles de la Parroquia Virgen de la Encarnación.

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