Por Claudia Ortiz
Cuando leemos la historia de Job, un hombre amante de Dios
que lo pierde todo y aún así le glorifica, nos parece una historia lejana y
sobre todo irreal, porque pocos seguirían a Jesús después de vivir ciertas
tragedias; sin embargo por gracia de Dios hay excepciones, el caso de Gloria -que
aunque no lo perdió “todo” pero sí vivió grandes dramas en su vida- es uno de
ellos. Ella aceptó con resignación la pérdida de tres de sus seis hijos, así
como la de su esposo, y recibió de Dios la fortaleza para seguir adelante.
Nació en Atemejac de Brizuela, es hija de don Vidal y doña
Celia y sólo tuvo un hermano: Rogelio. De su niñez sólo tiene hermosos
recuerdos, le encantaban las salidas al campo con el grupo de su escuela, así
como la celebración de sus cumpleaños, día en que recibía en casa a sus amigas
y primas y juntas saboreaban las galletitas, empanadas y rompope que le hacía
su mamá.
Un noviazgo por carta
Su adolescencia y juventud fue diferente a la de las otras
chicas del pueblo, su papá tenía un carácter fuerte y no la dejaba asistir a
fiestas, por lo que se dedicaba sólo a ayudar en la atención de la tienda de
abarrotes de la familia. Ahí la conoció Javier López, chofer de autobuses foráneos,
quien al llegar a Atemajac se hospedaba en una posada cercana. Se enamoró de
Gloria y ayudado por las personas que le recibían, le envió una carta para
confesarle su amor y procurar el suyo. Así inició el noviazgo que se limitó a
una relación por cartas ya que Gloria –por miedo a su papá- nunca se atrevió a pedir
permiso para tener novio, sino que aprovechando sus idas a Guadalajara para
visitar a sus primas Mago y Toñis, tres veces al año, se quedaba de ver allá
con Javier y fue cuando pudo tratarlo personalmente.
Después de un año de relación acordaron el casorio y el 18
de abril de 1966 –cuando Gloria estaba por cumplir los 21 años- se presentaron
a la casa de don Vidal el Sr. Cura de Tapalpa –de donde era Javier- Cipriano
González y Ángel Manzano, primo hermano de
Javier (en representación de su papá que había fallecido). Gloria le había platicado
a su mamá, más no a su papá, por lo que el asunto le tomó por sorpresa, pero
les escuchó y quedó de resolverles posteriormente. Cuando se retiraron las
visitas, don Vidal fue a hablar con su hija y ella, por el mismo miedo que le
tenía, le dijo: “yo sí me quiero casar, pero si no estás de acuerdo, no me
caso”. Con esa respuesta, don Vidal escribió una carta en donde les daba su
respuesta: “su hija pensaba diferente y de momento no se casa”, le dio a leer la
carta a su hija y ella estuvo de acuerdo, pero sólo ante su papá porque sus
deseos eran diferentes, sí deseaba casarse y buscaría la forma de hacerlo, por
lo que por su cuenta escribió otra carta dirigida a Javier con su resolución:
“nuestros planes siguen en pie, nos casamos en seis meses”.
Sale de su casa
Javier y Gloria obtuvieron el permiso del Sr. Cura Cipriano
González, de Tapalpa, y del Padre Pascual, de Juanacatlán -que asistía la
población de Atemajac- quienes conociendo el carácter de don Vidal,
consideraron que si había amor, podía haber casorio, así que con su aprobación,
Gloria se salió de su casa el 22 de octubre de 1966 sin el consentimiento de
sus papás y sin notificarlos de sus planes, y con las manos vacías fue
depositada primero en el Curato de Tapalpa y enseguida el Sr. Cura Cipriano la
envió a casa de Irene y Ángel Manzano, para que estuviera cómoda; de ahí se trasladó a Guadalajara a casa de sus
primas Mago y Toñis, en donde permaneció los últimos días antes de casarse para
comprar su ajuar y finalmente llegar al altar el 5 de noviembre. Javier y su
familia se encargaron de la planeación de la boda, de buscarles una casa en
renta, y de sorprender a Gloria con una luna de miel en Acapulco.
A su regreso, al iniciar su vida de casada en Guadalajara y
lejos de su familia, Gloria recibió una carta de apoyo de parte de su hermano Rogelio
y entró en contacto con doña Celia, pero su papá duró varios años sin hablarle.
Las pérdidas. La
primera: Carlitos, su bebé de nueve meses
Gloria salió de su casa sólo con su fe entre las manos, lo
que le fue suficiente para resistir prácticamente sola, las fuertes pruebas del
Señor.
Al año de casados tuvieron a su primer hijo: Javier, al
siguiente año llegó a su vida una niña: Celia Concepción, posteriormente otra
buena noticia, se mudaron a una casa propia, y en 1970 nació Norberto.
Fue con el cuarto hijo, Carlos Alberto, que nació el 8 de
febrero de 1972, cuando empezaron los sufrimientos. Cuando tenía sólo nueve
meses de edad se enfermó de una gripa que se le complicó. Gloria fue apoyada
por sus vecinos para llevarlo al Hospital, ya que Javier seguía trabajando como
chofer de autobuses foráneos y constantemente estaba de viaje. El pequeño
Carlitos estuvo en terapia intensiva un fin de semana en el área de Pediatría
del Centro Médico y finalmente el lunes 20 de noviembre de 1972 falleció.
“No sabía de mí, me sentía en las nubes”, recuerda Gloria,
quien agradece la asistencia de su madrina de Confirmación, su tía María, quien
la iba a visitar para darle de comer y como ella no lo deseaba, comenzaba por
darle un chile para abrirle el apetito. Recuerda a María como su segunda madre
por todo el apoyo que recibió de ella, y no porque su mamá, doña Celia no
quisiera estar con ella para apoyarla, sino porque la distancia se lo impedía.
En ese tiempo de duelo, también fue confortada por los padrinos de bautizo de
Carlitos, Francisco López y Guadalupe Aguilar. “Solo por ellos, porque Dios me
ayudó y porque Él es muy grande, sigo aquí”, afirma.
Pierde a una nena
El 9 de febrero de 1974 nació su quinto hijo: Juan Ignacio y
posteriormente en 1976 nuevamente quedó embarazada, el bebé estaba programado
para la segunda quincena de noviembre, pero después de la revisión del octavo
mes, empezó a sentirse mal, más cansada de lo normal, lo que atribuía a la
proximidad del parto, hasta que un día de principios de noviembre llegó de
viaje Javier y la encontró en cama con fiebre, la llevó al doctor y les dieron
la triste noticia: Su nena tenía varias semanas muerta en su vientre.
Entonces también le descubrieron un tumor en la matriz y
cuando la volvieron a revisar para darle fecha de operación, los médicos se
sorprendieron porque ya no lo encontraron. Gloria está segura de que eso fue un
milagro porque después del dictamen, ella se asustó y se encomendó a Dios, y a
los tres meses, ya no tenía nada.
De izq. a derecha atrás: Gloria, doña Celia y Javier, de izq. a derecha al frente, Norberto, Juan Ignacio, Javier y Celia.
Después de tres años
de convalecencia, se va Juan Ignacio
Juan Ignacio era un niño alegre y travieso. Gloria cuenta
una anécdota: Cuando ingresó al Jardín de Niños, él no quería quedarse en la
escuela, lloraba y quería regresarse a casa con su mamá. Entonces la Madre
Directora intervino, tomó al niño y le dijo a ella que se fuera y no se
preocupara, pero Juan Ignacio, tratando de soltarse, le dio una patada en la
espinilla a la religiosa.
Fue en ese etapa escolar en donde lo sorprendieron los
primeros malestares, en mayo de 1979, cuando tenía cinco años de edad comenzó a
padecer constantes dolores de cabeza, incluso en algunas ocasiones cuando
Gloria iba a recogerlo al Jardín de Niños, lo encontraba en la Dirección porque
habían tenido que darle algún medicamento y lo tenían ahí mientras le hacía el
efecto. Dado que los dolores eran
constantes, lo llevaron al doctor pero a pesar de los estudios que le fueron
practicados no le encontraban nada; sin embargo la salud de Juan Ignacio
emperoaba, pues empezó también con náuseas y vómitos.
No fue sino hasta agosto cuando los estudios mostraron el
daño: tenía un tumor en el cerebelo, los doctores no recomendaban la cirugía
porque el niño podría morir en la operación misma.
Estuvo internado en el hospital 15 días mientras sus papás tomaban
una decisión, hasta que un día asistieron al templo de San Judas Tadeo para pedir
la inspiración del Señor sobre la operación de su hijo. Ahí, recuerda Gloria,
le encomendó a Juan Ignacio a San Judas Tadeo, el Patrono de las Causas
Difíciles, durante esa visita al templo un sacerdote les aconsejó que el
pequeño hiciera su Primera Comunión, lo que les pareció buena idea y lo sacaron
del hospital para la celebración.
Con la esperanza de la sanación, buscaron otra opinión, pero
el diagnóstico fue el mismo. Entonces Gloria recibió una noticia: Llegó una señora
a casa de su vecina y le dijo: “Yo sé que en esa casa de enfrente hay un niño
enfermo, hay un homeópata muy bueno que puede ayudarlo, pero cobra muy caro,
aquí le dejo $200 para la consulta”. Ni ella ni la vecina conocía a esa persona
y nunca volvieron a verla.
Fueron a la consulta y el doctor le indicó que cada vez que
Juan Ignacio tuviera dolores de cabeza, se lo llevara, sin importar la hora.
Gloria llegó a llevar a su hijo hasta dos veces por día, y ya en casa ya
estaban todos preparados porque cuando sucedía, cada quien era responsable de
tomar alguna cosa que pudiera hacer falta para la atención de Juan Ignacio.
La homeopatía sí logró que disminuyeran los dolores de
cabeza, de hecho Juan Ignacio pudo tener días normales, salía a jugar, sus
vecinitos lo cuidaban y protegían, pero con el paso del tiempo, su salud empezó
a deteriorarse, comenzó a perder la vista, ya no pudo caminar y así empezó a
perder todas sus facultades. Ya en sus últimos días, comenzó a sufrir
convulsiones, necesitaba oxígeno y ya no podía pasar los alimentos.
Entonces Javier fue a buscar ayuda médica para que le
conectaran una manguera para poder alimentarlo. Gloria dice que ella no quería
que el niño sufriera más y confiesa que aunque esperaba un milagro, puso a Juan
Ignacio en las Manos del Señor, “Si tú quieres yo te lo entrego porque no
quiero verlo sufrir más”.
Mientras Javier estaba fuera buscando al médico, llegó a
visitar a Juan Ignacio la Madre Directora del Jardín de Niños. Recuerda Gloria
que durante el tiempo de su enfermedad, lo habían visitado sus amiguitos y los
maestros, pero nunca había ido la Madre, la misma a la que Juan Ignacio había pateado.
Durante la visita, la Madre le habló muy bonito y lo dejó muy tranquilo.
Falleció ese mismo día, 28 de octubre de 1982, fiesta de San
Judas Tadeo, a quien Gloria se lo había encomendado al inicio de la enfermedad.
Toda la familia estaba en casa al momento de su partida. Este tiempo de duelo coincidió
en que Javier, su esposo, ya no tuvo que viajar más con motivo de su
jubilación.
Vive nuevas
experiencias durante los siguientes quince años
Ya con Javier en casa, Gloria se sentía apoyada, acompañada
y eso le ayudó también a superar la pérdida y a recuperar su vida, aunque con
dolor, también con resignación. Habían quedado muchas cosas a cargo de sus
hijos, Celia le ayudaba mucho con la casa. Gloria se perdió de varias fiestas
en las escuelas de sus hijos. “Necesitaban atenciones, los había descuidado
mucho tiempo, cuando falleció Juan Ignacio me enfoqué mucho en ellos y en
Javier porque ya estaba aquí”.
Su esposo ya no viajaba y como no lo pensionaron, buscó la
forma de allegar los recursos a la familia, se compró un camión de volteo y por
las tardes, junto con Gloria, comenzaron a surtir mercancía en las papelerías.
Javier intentó salir adelante de muchas maneras, también tuvo
un microbús, vendía ropa en su casa y puso un taller mecánico, siempre fue
trabajador y luchón y no se daba por
vencido, así fue como sacó adelante a su familia. Se dedicaba también a su
hogar, le gustaba la cocina y sorprender a su esposa y sus hijos con sus
deliciosos platillos.
Los hijos crecieron y llegaron a la familia otras alegrías:
Celia se graduó de Lic. en Educación Prescolar, Norberto se casó y Javier Jr. fue
a probar suerte en Alaska.
También pudieron entrar todos a casa de don Vidal. Y es que
cuando Gloria se casó sin el consentimiento de su papá, después de un tiempo
pudo volver a su casa, aunque sólo fueron recibidos ella y sus hijos, no así su
esposo Javier; pero en 1994 Celia habló con su abuelito, le lloró y le pidió
para que recibiera a su papá y don Vidal por fin accedió.
La enfermedad de
Javier
A los 15 años de la muerte de Juan Ignacio, en agosto de
1995, Javier comenzó a notar en él síntomas que le llamaron la atención: Al
hablar, decía una palabra por otra; además perdió la fuerza en la mano derecha
y se le caían las cosas. Pronto le dieron el diagnóstico, tenía metástasis en
la cabeza. Esa noticia fue difícil para todos y aunque el propio Javier
rehusaba operarse, finalmente fue programado para cirugía el 28 de agosto.
Todavía esa mañana, antes de la operación, Javier se levantó
temprano y le dio mantenimiento al Microbús, que mientras se recuperaba,
quedaría en manos de algunos choferes. Salió de su casa por su propio pie, pero
después de su operación, no volvió a caminar, todo su lado derecho estaba
paralizado, y tampoco podía hablar.
Gloria hizo todo lo posible, lo llevó a terapias, recibió
radiaciones, pero su salud decaía, su cuerpo se iba consumiendo poco a poco. En
ese tiempo Javier Jr., que regresó de Alaska en cuanto supo la noticia de la
enfermedad de su papá y regresó a su casa antes de la operación, decidió
casarse porque quería que su papá estuviera presente.
El 18 de junio de 1997 llegó a su casa Irene Chávez de
Manzano, quien la acogió en su casa antes del casorio y fue su madrina de boda.
Ella hizo una oración por Javier para que descansara en paz, le dijo que sus
hijos y su esposa estarían bien y su hijo mayor, Javier Jr., le aseguró que se
ocuparía de todos. Irene tomó la mano de Javier y les dio la bendición a cada
uno.
Cuando ella se retiró, la respiración de Javier cambió, fue
acelerada y diferente, y a la hora, falleció.
Viendo en retrospectiva, Gloria ahora se da cuenta de que no
alcanzó a sufrir sus duelos porque siempre algo nuevo llegaba y dijo que si bien cuando Javier se enfermó,
de alguna forma todos sabían que algo malo vendría, también considera que el
Señor fue misericordioso al dejárselos un año diez meses para que se
resignaran.
Disfruta a sus hijos
y a sus nietos
Al terminar el novenario de su esposo, se trasladó a
Atemajac, porque su papá estaba enfermo y su mamá ya grande no podía hacerse
cargo sola. Duró siete meses yendo y viniendo y finalmente le tocó estar con su
papá el día de su muerte, siete meses después de que había perdido a su esposo.
Después del novenario de su papá, le propuso a su mamá que
se viniera a vivir con ella a Guadalajara, para que no estuviera sola, ya
estaba grande y necesitaba ayuda y cuidados, así que regresó a casa y ya tenía
alguien más a quien atender. Su mamá falleció tres años después tras una operación
de la vesícula, después de la cual le dieron fiebres muy altas y por la edad –tenía
88 años- sufrió de algunas complicaciones, según reportaron los médicos.
Tras esta última pérdida, recibe otra noticia: Celia se casa
y en tan sólo cuatro meses se llevó a cabo la boda y su hija se fue a vivir a
Michigan, Estados Unidos, así que de pronto, después de tantos torbellinos,
Gloria se encontró viviendo sola. “Estoy agradecida con Dios –dice- que me dio
la oportunidad de asistirlos en sus últimos momentos”, asegura que la Mano de
Dios le ha tocado y guiado en su vida, porque de otra forma no habría podido
salir adelante.
Goza de buena salud, de una gran familia y muchos amigos que
siempre están cerca y al pendiente de ella, por lo que incluso tiene una agenda
ocupada, cuida su salud, va a caminar, asiste a Misa, es vendedora de artículos
de belleza y viaja cuando se puede. Está muy feliz y agradecida con Dios por
sus tres hijos, sus nueras, su yerno y sus nueve nietos que ahora disfruta
mucho.
Hermoso reportaje. Felicidades!
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