Por Claudia Ortiz
“Si no has definido a dónde ir, qué importa qué camino
tomes”, esta frase la he escuchado muchas veces cuando se habla de “Plan de
vida”, lo cierto es que no solo se trata de hacer uno, sino que además hay que
ejercer las virtudes de la fortaleza y la perseverancia para alcanzar cada meta
ahí planteada, a costa de lo que sea.
Justamente por estas virtudes es que Ángela es una mujer
ejemplar, su vida ha sido fijarse meta tras meta, e independientemente de los
obstáculos en el camino, ha ido recogiendo frutos. A sus 67 años de edad tiene
seis hijos con carreras terminadas cuyos estudios solventó ella misma; está por
terminar la Preparatoria y a punto de decidir la carrera que cursará. Además,
practica Natación de alto rendimiento y en los últimos cuatro años ha obtenido más de 25 medallas en diferentes competencias a nivel Nacional y Panamericanos; todo
esto sin dejar a un lado el factor espiritual.
“Le huía al
hacinamiento”
Nació el 20 de Noviembre de 1949 y es la hija mayor, de
siete hijos del matrimonio formado por Esperanza y Asunción. Sus papás eran
pobres y vivían en dos cuartos que les facilitó su abuela materna, un cuarto
era para sus papás y otro más para los siete hijos.
Sus principales responsabilidades eran cuidar al ganado –que
era de su abuela- y asistir a la escuela. La primaria la cursó en un salón en
donde –relata- dos filas de bancas eran para niños que cursaban primero, las
dos siguientes para segundo, las dos siguientes para tercero de primaria y así,
y una sola maestra para todos. Y sin embargo sí aprendía, asegura, además de lo
que le enseñaba la vida en el campo, en donde pasó gran parte de sus primeros
ocho años de edad, en el monte, subiéndose a los árboles y comiendo de la
tierra.
En los trayectos que realizaba cuando cuidaba a las vacas, todo
el tiempo sola y a pie, ella veía pasar automóviles y pensaba que esa gente
tenía autos porque tenía dinero, y tenía dinero porque tenía estudios, así que
la primera meta fue muy clara, tenía qué estudiar. Un día descubrió el Colegio
Guadalupe guiado por religiosas, le llamó mucho la atención ver uniformadas a
las niñas, pulcras, ordenadas, y durante un año asistía cada día solo para
verlas a la hora de la salida. Su presencia diaria llamó la atención de una
religiosa que cuidaba la puerta, quien la cuestionó sobre sus constantes
visitas y le preguntó si asistiría también al día siguiente, Ángela dijo que sí
y ahí estuvo al día siguiente. Cuál fue su sorpresa que le dijeran: “Le hablé
de ti a la Madre Directora y dijo que si deseas ingresar a esta escuela puedes
hacerlo, pero que tú deberás conseguir tus libros y uniformes”.
Ángela se fue muy contenta a su casa a contarle a su mamá,
pero no encontró respaldo a sus intenciones porque no había dinero. Así se
formó su segunda meta y tomó acciones inmediatas para cumplirla, estudiaría en
ese Colegio y conseguiría el dinero necesario para comprar sus útiles y
uniformes.
“A los ocho días ya
tenía todo”
Iba a cumplir ocho años cuando salió de su casa y comenzó a
tocar casa por casa preguntando “Señora, quiere que le lave, que le planche,
que le haga el aseo”, en algunas casas aceptaron sus servicios, en otras no,
pero además de pequeños servicios que prestó, consiguió también un trabajo fijo
en casa de la Señora Lucía.
Al día siguiente fue al Colegio, de principio no llevaba lo
que necesitaba, pero a los ochos días ya lo tenía todo y pudo terminar de
cursar tercero de primaria. Durante ese año se iba corriendo de su casa a la
escuela, pero para cuando ingresó a cuarto, acordó que la Señora Lucía, quien
también tenía a sus hijos en ese colegio, la recibiera en su casa, por las
mañanas se levantaba temprano y le ayudaba a hacer el desayuno, la señora la
llevaba a la escuela y por las tardes, hacía sus tareas en media hora porque
siempre tuvo facilidad para las matemáticas y para retener todo con sólo
leerlo, y el resto de la tarde se ponía a trabajar, lavando, planchando y
haciendo todas las tareas que le encomendara la Señora Lucía. Si bien en la
escuela no pagó colegiatura, sí le pedían que se encargara de ayudar a asear
algunos salones. En aquel entonces ganaba $50 pesos mensuales con los que
también ayudaba a su familia.
“Fueron experiencias
que me ayudaron a salir adelante”
Al cambiarse al Colegio de Monjas, cuando comenzó a trabajar
le informó de todas sus decisiones a su mamá, doña Esperanza, pero ella a su
vez no se atrevía a contarle a su esposo y siempre le inventaba alguna historia
de por qué su hija no estaba en casa.
Al concluir la primaria, la Señora Lucía con la que
trabajaba y vivía, se mudó a Monterrey, así que se fue a vivir con su abuela
paterna. Ya en secundaria comenzó a trabajar como secretaria y del dinero que
ganaba, sólo se quedaba con lo necesario para los camiones, lo demás se lo daba
a su mamá.
Siempre asistía a su casa los fines de semana y una vez que
su papá ya estaba enterado de lo que estaba haciendo, él la ofendía y golpeaba,
al principio porque no quería que estudiara y después, porque le decía que dejara
de estudiar y sólo trabajara para que sus hermanos pudieran estudiar.
Ella nunca cejó en sus aspiraciones y siguió trabajando y
estudiando, incluso inició la preparatoria, y siguió viviendo con su abuela, que
aunque también era muy rígida, era muy sabia y le dio una buena formación
moral.
Ángela es muy clara sobre las experiencias de su vida “nada
de lo que pudo ser negativo para mi, nada es negativo, no vivo con traumas,
fueron más bien experiencias que me sacaron adelante”.
Mientras estudiaba la preparatoria nocturna conoció a
Francisco, con quien se casó cuando apenas tenía 19 años y con quien formó la
familia que se propuso, ella quería seis hijos, a los 30 años ya los tenía:
Juliana Guadalupe, Francisco Javier, Guillermo, Lando Eduardo, Carolina y Miguel
Ángel. “A los treinta años de edad ya tenía seis hijos”, recuerda Ángela.
Debido a su matrimonio, no concluyó la preparatoria.
Fin alcanzado:
Carrera profesional para todos sus hijos
Para Francisco y Ángela fue muy importante darles estudios a
sus hijos y definir en dónde estudiarían, motivo por el cual abandonaron
incluso la ciudad de Tehuacán, en donde radicaron un tiempo por causas de
trabajo. Eligieron la Universidad Autónoma de Guadalajara, por lo que se
trasladaron a esta ciudad y a su llegada, Ángela decidió probar suerte con un
negocio y puso una farmacia, apenas estaba iniciando y recién su hija mayor,
Juliana, había iniciado sus estudios en medicina, cuando don Francisco se quedó
sin empleo y fue justo de lo que dio la Farmacia y del esfuerzo de Ángela, que
trabajaba ahí desde las 8 de la mañana hasta las 11 de la noche, que todos y
cada uno de sus hijos tuvieron una carrera y ahora tienen en casa dos doctoras,
un contador, un abogado, un licenciado en Comercio Internacional y un profesor.
Pero en ese tiempo no sólo se pagaron las colegiaturas, sino
también altos intereses ya que hipotecó la casa para poner la farmacia y con
crisis de por medio, tras un crédito de 150 mil pesos, pagó en total un millón
de pesos pero rescató su casa.
25 medallas en seis
años
Desde muy joven, a Ángela le habían detectado diabetes y se
cuidaba mucho en sus alimentos, pero no podía hacer el ejercicio que necesitaba
porque debía pasar todo el día en la farmacia.
Una vez que sus hijos crecieron, y teniendo doctoras en
casa, pudo apenas hace seis años tomar tiempo para ella y comenzó a practicar
natación, pero como todo a lo que se dedica le pone el mejor empeño y se
propone cada vez hacerlo mejor, a los dos años fue invitada a participar en su
primera competencia en mar abierto.
Se podría decir que no corrió con tanta suerte porque no
obtuvo ninguna medalla, pero en realidad “corrió con bastante suerte”, pues se
perdió en pleno mar abierto y cuando se dio cuenta, divisó una boya y nadó
hacia ella, ahí encontró a su entrenador y a pesar de haber nadado mucho más de
lo que le correspondía, terminó la competencia.
El siguiente año fue por mejores resultados y a los 62 años
de edad regresó con su primera medalla de plata tras la competencia en mar
abierto en Guayabitos. Los años siguientes ingresó a las competencias
nacionales en las que participa dos veces por año y ha competido también en dos
Panamericanos.
Y con sus 25 medallas, en categorías de mariposa y dorso,
tiene como ejemplo a seguir a una compañera, que tiene 92 años y es una
campeona.
Además de su entrenamiento de alto rendimiento en natación,
por indicaciones de su entrenador iniciará rutina en el gimnasio para rendir
más en las competencias, su reto es mejorar sus tiempos.
Cuando se va de competencia, siempre antes de irse, prepara
los alimentos para que su familia tenga qué comer durante su ausencia.
Entre exámenes,
libros y acólitos
Ángela se ha propuesto nuevas metas, y es que por su boda no
concluyó la preparatoria, así que desde hace algunos meses que está estudiando
y presentando exámenes para obtener el certificado y en enero estaría
ingresando a sus estudios profesionales.
Estos últimos días del año deberá definir su carrera que
está entre Química, Sistemas o Nutrición, para que a principios del año que
entra, a los 67 años de edad, tome sus libros e ingrese a la Facultad.
Mientras tanto, los otros libros que lleva son los de la
Parroquia de San Sabás, en donde realiza apostolado con el grupo de Acólitos,
del que forma parte José Enrique, uno de sus nueve nietos.
Ángela se siente muy contenta y completa con su vida de
metas cumplidas, de todo lo que ha aprendido, pero también, está muy decidida
por todo lo que aún puede dar, entre eso, la donación de su tiempo a la
parroquia de San Sabás.
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