lunes, 16 de noviembre de 2015

Pruebas superadas gracias al esfuerzo y perseverancia


Por Claudia Ortiz

“Si no has definido a dónde ir, qué importa qué camino tomes”, esta frase la he escuchado muchas veces cuando se habla de “Plan de vida”, lo cierto es que no solo se trata de hacer uno, sino que además hay que ejercer las virtudes de la fortaleza y la perseverancia para alcanzar cada meta ahí planteada, a costa de lo que sea.
Justamente por estas virtudes es que Ángela es una mujer ejemplar, su vida ha sido fijarse meta tras meta, e independientemente de los obstáculos en el camino, ha ido recogiendo frutos. A sus 67 años de edad tiene seis hijos con carreras terminadas cuyos estudios solventó ella misma; está por terminar la Preparatoria y a punto de decidir la carrera que cursará. Además, practica Natación de alto rendimiento y en los últimos cuatro años ha obtenido más de 25 medallas en diferentes competencias a nivel Nacional y Panamericanos; todo esto sin dejar a un lado el factor espiritual.



“Le huía al hacinamiento”
Nació el 20 de Noviembre de 1949 y es la hija mayor, de siete hijos del matrimonio formado por Esperanza y Asunción. Sus papás eran pobres y vivían en dos cuartos que les facilitó su abuela materna, un cuarto era para sus papás y otro más para los siete hijos.
Sus principales responsabilidades eran cuidar al ganado –que era de su abuela- y asistir a la escuela. La primaria la cursó en un salón en donde –relata- dos filas de bancas eran para niños que cursaban primero, las dos siguientes para segundo, las dos siguientes para tercero de primaria y así, y una sola maestra para todos. Y sin embargo sí aprendía, asegura, además de lo que le enseñaba la vida en el campo, en donde pasó gran parte de sus primeros ocho años de edad, en el monte, subiéndose a los árboles y comiendo de la tierra.
En los trayectos que realizaba cuando cuidaba a las vacas, todo el tiempo sola y a pie, ella veía pasar automóviles y pensaba que esa gente tenía autos porque tenía dinero, y tenía dinero porque tenía estudios, así que la primera meta fue muy clara, tenía qué estudiar. Un día descubrió el Colegio Guadalupe guiado por religiosas, le llamó mucho la atención ver uniformadas a las niñas, pulcras, ordenadas, y durante un año asistía cada día solo para verlas a la hora de la salida. Su presencia diaria llamó la atención de una religiosa que cuidaba la puerta, quien la cuestionó sobre sus constantes visitas y le preguntó si asistiría también al día siguiente, Ángela dijo que sí y ahí estuvo al día siguiente. Cuál fue su sorpresa que le dijeran: “Le hablé de ti a la Madre Directora y dijo que si deseas ingresar a esta escuela puedes hacerlo, pero que tú deberás conseguir tus libros y uniformes”.
Ángela se fue muy contenta a su casa a contarle a su mamá, pero no encontró respaldo a sus intenciones porque no había dinero. Así se formó su segunda meta y tomó acciones inmediatas para cumplirla, estudiaría en ese Colegio y conseguiría el dinero necesario para comprar sus útiles y uniformes.

Ángela a los cuatro años de edad.


“A los ocho días ya tenía todo”
Iba a cumplir ocho años cuando salió de su casa y comenzó a tocar casa por casa preguntando “Señora, quiere que le lave, que le planche, que le haga el aseo”, en algunas casas aceptaron sus servicios, en otras no, pero además de pequeños servicios que prestó, consiguió también un trabajo fijo en casa de la Señora Lucía.
Al día siguiente fue al Colegio, de principio no llevaba lo que necesitaba, pero a los ochos días ya lo tenía todo y pudo terminar de cursar tercero de primaria. Durante ese año se iba corriendo de su casa a la escuela, pero para cuando ingresó a cuarto, acordó que la Señora Lucía, quien también tenía a sus hijos en ese colegio, la recibiera en su casa, por las mañanas se levantaba temprano y le ayudaba a hacer el desayuno, la señora la llevaba a la escuela y por las tardes, hacía sus tareas en media hora porque siempre tuvo facilidad para las matemáticas y para retener todo con sólo leerlo, y el resto de la tarde se ponía a trabajar, lavando, planchando y haciendo todas las tareas que le encomendara la Señora Lucía. Si bien en la escuela no pagó colegiatura, sí le pedían que se encargara de ayudar a asear algunos salones. En aquel entonces ganaba $50 pesos mensuales con los que también ayudaba a su familia.

“Fueron experiencias que me ayudaron a salir adelante”
Al cambiarse al Colegio de Monjas, cuando comenzó a trabajar le informó de todas sus decisiones a su mamá, doña Esperanza, pero ella a su vez no se atrevía a contarle a su esposo y siempre le inventaba alguna historia de por qué su hija no estaba en casa.
Al concluir la primaria, la Señora Lucía con la que trabajaba y vivía, se mudó a Monterrey, así que se fue a vivir con su abuela paterna. Ya en secundaria comenzó a trabajar como secretaria y del dinero que ganaba, sólo se quedaba con lo necesario para los camiones, lo demás se lo daba a su mamá.
Siempre asistía a su casa los fines de semana y una vez que su papá ya estaba enterado de lo que estaba haciendo, él la ofendía y golpeaba, al principio porque no quería que estudiara y después, porque le decía que dejara de estudiar y sólo trabajara para que sus hermanos pudieran estudiar.
Ella nunca cejó en sus aspiraciones y siguió trabajando y estudiando, incluso inició la preparatoria, y siguió viviendo con su abuela, que aunque también era muy rígida, era muy sabia y le dio una buena formación moral.
Ángela es muy clara sobre las experiencias de su vida “nada de lo que pudo ser negativo para mi, nada es negativo, no vivo con traumas, fueron más bien experiencias que me sacaron adelante”.
Mientras estudiaba la preparatoria nocturna conoció a Francisco, con quien se casó cuando apenas tenía 19 años y con quien formó la familia que se propuso, ella quería seis hijos, a los 30 años ya los tenía: Juliana Guadalupe, Francisco Javier, Guillermo, Lando Eduardo, Carolina y Miguel Ángel. “A los treinta años de edad ya tenía seis hijos”, recuerda Ángela.
Debido a su matrimonio, no concluyó la preparatoria.

Tres de sus hijos, de izquierda a derecha: Juliana, su nieto José Enrique, Miguel Ángel y Carolina.



Fin alcanzado: Carrera profesional para todos sus hijos
Para Francisco y Ángela fue muy importante darles estudios a sus hijos y definir en dónde estudiarían, motivo por el cual abandonaron incluso la ciudad de Tehuacán, en donde radicaron un tiempo por causas de trabajo. Eligieron la Universidad Autónoma de Guadalajara, por lo que se trasladaron a esta ciudad y a su llegada, Ángela decidió probar suerte con un negocio y puso una farmacia, apenas estaba iniciando y recién su hija mayor, Juliana, había iniciado sus estudios en medicina, cuando don Francisco se quedó sin empleo y fue justo de lo que dio la Farmacia y del esfuerzo de Ángela, que trabajaba ahí desde las 8 de la mañana hasta las 11 de la noche, que todos y cada uno de sus hijos tuvieron una carrera y ahora tienen en casa dos doctoras, un contador, un abogado, un licenciado en Comercio Internacional y un profesor.
Pero en ese tiempo no sólo se pagaron las colegiaturas, sino también altos intereses ya que hipotecó la casa para poner la farmacia y con crisis de por medio, tras un crédito de 150 mil pesos, pagó en total un millón de pesos pero rescató su casa.

Algunos de sus nueve nietos.


25 medallas en seis años
Desde muy joven, a Ángela le habían detectado diabetes y se cuidaba mucho en sus alimentos, pero no podía hacer el ejercicio que necesitaba porque debía pasar todo el día en la farmacia.
Una vez que sus hijos crecieron, y teniendo doctoras en casa, pudo apenas hace seis años tomar tiempo para ella y comenzó a practicar natación, pero como todo a lo que se dedica le pone el mejor empeño y se propone cada vez hacerlo mejor, a los dos años fue invitada a participar en su primera competencia en mar abierto.
Se podría decir que no corrió con tanta suerte porque no obtuvo ninguna medalla, pero en realidad “corrió con bastante suerte”, pues se perdió en pleno mar abierto y cuando se dio cuenta, divisó una boya y nadó hacia ella, ahí encontró a su entrenador y a pesar de haber nadado mucho más de lo que le correspondía, terminó la competencia.
El siguiente año fue por mejores resultados y a los 62 años de edad regresó con su primera medalla de plata tras la competencia en mar abierto en Guayabitos. Los años siguientes ingresó a las competencias nacionales en las que participa dos veces por año y ha competido también en dos Panamericanos.
Y con sus 25 medallas, en categorías de mariposa y dorso, tiene como ejemplo a seguir a una compañera, que tiene 92 años y es una campeona.
Además de su entrenamiento de alto rendimiento en natación, por indicaciones de su entrenador iniciará rutina en el gimnasio para rendir más en las competencias, su reto es mejorar sus tiempos.
Cuando se va de competencia, siempre antes de irse, prepara los alimentos para que su familia tenga qué comer durante su ausencia.



Entre exámenes, libros y acólitos
Ángela se ha propuesto nuevas metas, y es que por su boda no concluyó la preparatoria, así que desde hace algunos meses que está estudiando y presentando exámenes para obtener el certificado y en enero estaría ingresando a sus estudios profesionales.
Estos últimos días del año deberá definir su carrera que está entre Química, Sistemas o Nutrición, para que a principios del año que entra, a los 67 años de edad, tome sus libros e ingrese a la Facultad.
Mientras tanto, los otros libros que lleva son los de la Parroquia de San Sabás, en donde realiza apostolado con el grupo de Acólitos, del que forma parte José Enrique, uno de sus nueve nietos.

Ángela se siente muy contenta y completa con su vida de metas cumplidas, de todo lo que ha aprendido, pero también, está muy decidida por todo lo que aún puede dar, entre eso, la donación de su tiempo a la parroquia de San Sabás.

Su nieto José Enrique, adelante a la izquierda. Ahora ella                                      es la encargada del grupo de acólitos.

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