lunes, 8 de abril de 2019

Drogas y alcohol destruyen vidas, pero Dios puede transformarlas



 Por Claudia Ortiz

*A petición de la entrevistada, todos los nombres en esta historia fueron cambiados, para salvaguardar su integridad.


No importa que tan terrible sea tu historia, Dios puede rescatarte. Así lo hizo con Camila, quien desde los 5 años de edad albergó en su corazón sentimientos de dolor y tristeza, a los diez años se refugió en las drogas y el alcohol y cuando tuvo mayor conciencia buscó el amor y la paz en todo tipo de prácticas y sectas. El Señor la esperaba y tenía un plan para ella: ser su instrumento para ayudar a sanar y conducir a muchas otras almas hacia Él.


De la felicidad al odio y la tristeza
Durante su primera infancia, Camila fue muy feliz, jugaba y reía como los demás niños, de hecho se sentía especial pues su papá la llevaba, sólo a ella, a jugar a una casa en donde tenía otros amiguitos; sin embargo muy pronto su felicidad se transformó en tristeza y luego en coraje cuando a los cinco años se dio cuenta de que esos niños con los que jugaba, eran en realidad sus hermanastros y que esa mujer a la que su papá visitaba, era su amante, pues los descubrió en una situación reveladora.
Su papá creyó que por su edad no entendería y por eso la llevaba, siendo entonces la más pequeña de su casa. Sin embargo, a su corta edad pudo entender la infidelidad de su papá.

Su mundo cambió
Camila empezó a ser una niña triste que se llenó de coraje contra su papá por el trato que le daba a su mamá, no sólo la engañaba sino que además la golpeaba, y tenía coraje también contra su mamá por aguantarlo. “Me burlaba de mi madre porque no dejaba de rezar el Rosario. Siempre te pegan, le decía”. Camila no creía en Dios ni en la Virgen porque si existieran -reflexionaba- no pasaría nada de lo que ocurría en su casa.
Era tanto su coraje que a pesar de su debilidad -por su edad y su complexión-, quería defender a su madre y a sus hermanos, llegó incluso a aventarse sobre su padre para que no le pegara a su mamá, pero su esfuerzo era inútil. “Él golpeaba a mi madre hasta que se cansaba, y luego nos iba a buscar a nosotros”.
Esta tristeza e impotencia la llevó a fumar desde los diez años de edad y a los trece años decidió salirse de casa porque se sentía más segura en la calle, así que dejó Guanajuato, en donde vivía con sus padres, y se fue a vivir a la ciudad de México, en donde se perdió más en el alcohol y en las drogas.
A pesar de su adicción, se inscribió a la escuela para continuar la prepa y también tomó un curso de capacitación para ser secretaria, gracias a ello obtuvo trabajo como secretaria en un bufete de abogados y también cantaba en Garibaldi para allegarse los recursos para mantenerse, pagar sus estudios y mantener su adicción. “Llegaba a la escuela intoxicada, a veces no sabía dónde amanecía de tan intoxicada”.
En México se hizo de una amiga que la llevó a vivir a su casa, pero pronto tuvo que volverse a la calle porque los hermanos de su amiga querían abusar de ella.
“Anduve rodando de una casa a otra hasta que pude estudiar y trabajar y pude pagar un departamentito” pero como seguía en las drogas la corrían, porque era muy agresiva.

Contrae nupcias … por sorpresa
A uno de los lugares a los que se acercó a pedir ayuda recién llegó al entonces Distrito Federal, fue con una tía materna, ella se negó a recibirla, por eso Camila no la visitaba frecuentemente, pero en una ocasión que lo hizo, su tía le avisó que su madre estaba agonizando.
Inmediatamente regresó a Guanajuato para poder estar con ella, sin embargo, su papá no la dejó verla porque al haberse ido de la casa, había deshonrado el nombre de la familia y le dijo que sólo podría ver a su madre cuando regresara casada, para así limpiar el apellido.
De regreso en México, pensando cómo podría cumplir con la condición de su padre, estaba un día platicando con Josué, el novio de una amiga, con el que tenía que platicar mientras su amiga, engañaba a Josué con otro novio. Como sentía que no le era indiferente a Josué, se le ocurrió pedirle que le ayudara, y le dijo que el plan era presentarse pidiendo su mano para casarse y que ella pudiera visitar a su madre, pero se regresarían a México sin cumplir con el requisito.
Josué accedió y juntos se trasladaron a Guanajuato. Camila lo presentó y mientras “su prometido” hablaba con su papá, ella pudo pasar a ver a su madre, platicaron durante mucho tiempo, le pidió perdón y le agradeció por sus oraciones, ya que gracias a ella -ahora está consciente- la Virgen la cuidó.
Después de muchas horas de charla, cuando Camila salió del cuarto de hospital se encontró con la sorpresa de que su padre la estaba esperando junto con su “prometido”, un juez y un sacerdote para casarla y los obligó a casarse por el civil en ese momento, ahí en el hospital, era un lunes, según recuerda, con el sacerdote como testigo que los casó el viernes siguiente.
“El día de la boda llegué una hora tarde, super borracha, vestida de blanco, según yo tomé para ser valiente y decir que no, pero le tenía miedo a mi papá”. Camila tenía entonces 18 años de edad.

La experiencia fue un infierno
Después de la boda Camila no quiso pasar la noche con Josué, y él se regresó solo a México para trabajar, mientras ella se quedó en casa de sus papás por dos semanas, “hasta que me le escapé a mi papá y me fui a México, pero yo creo que mi papá le avisó a Josué porque cuando llegué allá, él ya me estaba esperando y ya no me le pude escapar”.
Josué le ofreció ayudarla y pues finalmente, ya estaban casados, así que se fue a vivir con él y su matrimonio “fue un infierno”, recibió muchos golpes, abusos, se hizo más alcohólica, y por todo eso que vivía y sufría, cada vez que quedaba embarazada, perdía naturalmente a sus bebés -perdió siete en total durante sus tres años de matrimonio- porque su cuerpo no tenía las condiciones para mantenerlos, y cada vez que perdía a un bebé sentía más frustración, más enojo, más tristeza, muchas veces pensó en quitarse la vida porque se sentía vacía.
Entre los abusos que sufrió, su esposo se iba semanas completas y la dejaba encerrada, amarrada, sin comer, nadie en su casa sabía de eso, creían que él era un buen hombre y que más bien ella era la problemática, porque tenía un carácter fuerte.
Sólo en una ocasión en que el embarazo persistió, precisamente por tanto dolor, impotencia y el sentimiento de que su vida no tenía ningún sentido, optó por el aborto. “Yo estaba trastornada totalmente en el alcohol y supe que estaba embarazada, pero era tanto mi odio hacia él que ya cuando me di cuenta, salí de la clínica y ya había matado a mi bebé… es un dolor tan profundo tan entrañable”.

La oportunidad más bella
A los cuatro meses del aborto provocado se dio cuenta de que estaba nuevamente embarazada. Esta vez, sin embargo, cuidó a su bebé en el vientre. Recuerda que fue de las primeras veces que le habló en serio a Dios, le fue a pedir perdón y a pedirle que le ayudara a cuidarlo.
Para evitar los maltratos de Josué, decidió irse a vivir con sus papás, ya que ante su familia su esposo se contenía.
La maternidad, dice Camila, es la oportunidad más bella que Dios le pudo haber dado.  Incluso Josué se transformó, quería mucho a su bebé aún en el vientre de Camila y cuando la golpeaba, después les pedía perdón. Le hablaba, le cantaba y le compró mucha ropa, incluso se gastaba todo su dinero en comprarle ropa, en vez de llevar para la comida, recuerda Camila que se sentía muy orgulloso de ser papá.
Durante los últimos meses de embarazo, Josué y Camila se fueron a vivir a Celaya, ahí nació Fernando. Contemplando su rostro Camila pensó que quería lo mejor para él, “él me inspiró para ser lo mejor que yo pudiera, yo sentía en mi corazón que tenía la necesidad de ir a ver a la Virgen, consagrar a mi hijo y pedirle un consejo, lo que quería era aprender a amar a su papá, no quería que él creciera sin papá, no quería que creciera solo conmigo, que me ayudara a amar.”
Apenas tenía dos días de nacido cuando “le consagré mi hijo a la Virgen y eso me dio mucha paz; pero al regresar a mi casa recibí la respuesta que Dios me dio, él estaba en mi cama con otra mujer, cuando me miró me quitó al niño, lo aventó a la cama y me agarró a golpes porque llegué antes de la hora que le dije”.
Josué se salió de casa inmediatamente con su amante, así que Camila le llamó a su hermana quien le ayudó a vender todo lo que pudo, tomó a su bebé y quiso huir del país, sin embargo fue detenida por la patrulla fronteriza de Estados Unidos, le quitaron a su bebé y a ella la metieron a la cárcel.

El milagro del amor y la solidaridad
Su bebé ya tenía cuatro meses cuando se lo regresaron porque estaba agonizando:
“Lo abracé con tanto amor y le decía a la Virgen:  -Tú me ayudaste a tenerlo y tú me vas a ayudar a superar esto”.  El niño estaba casi ya muerto, ese día me la pasé todo el día con él en la cárcel para mujeres, abrazándolo toda la noche; todas me ayudaron a abrazarlo, todas le dieron calor porque la cárcel estaba muy fría, todas le cantaban, todas estaban llorando. Ese día todas fuimos una, le di de comer de mi pecho y al siguiente día vino un doctor a revisarlo y mi hijo estaba vivo, fue un milagro de la Virgen.
Cuando obtuvo su libertad, Camila volvió a intentar cruzar la frontera, quería a toda costa huir de México porque su esposo juró que la iba a matar, y en ese segundo intento llegó nuevamente la patrulla fronteriza, en helicópteros y en caballos, por lo que todo el grupo que intentaba “cruzar” -que era bastante grande-, incluyendo los que los guiaban, se dispersaron rápidamente y Camila perdió de vista a toda la gente, estaban en medio del desierto y no veía a nadie ni ningún lugar dónde esconderse.
“No veía nada alrededor donde esconderme, y volví a voltear y vi un pedazo de árbol, y ahí me metí con mi hijo, tenía mucho miedo, pero ahí pasé la noche”. Cuando se fue la patrulla y la gente regresó, se encontró con ellos y volvió su vista nuevamente, y no encontró el árbol. “El árbol no existía, pero no lo puede explicar”. Al final pudo pasar a Estados Unidos.

Su casa, un parque
En Estados Unidos tenía un hermano que tenía una tienda, un restaurante y una cantina, él le ayudó con casa y trabajo, “lo quiero mucho, pero él estaba lleno de vanidad, quería dinero, era muy alcohólico, llegamos a sus negocios a trabajar y no nos pagó absolutamente nada”.
Ahora Camila sufría abusos por parte de su hermano, pues no le pagaba ningún salario y en su casa, donde la hospedaba, el refrigerador tenía candado, no podía tomar nada, pero su hermano le decía que no necesitaba nada, pues la comida la tenía en el restaurante y los pañales en la tienda.
Ahí estuvo por un tiempo hasta que se decidió a salirse, no tenía casa a donde ir, pero tenía un carro que tomó por hogar, se estacionaba en los parques y su hijo disfrutaba jugando, para entonces el pequeño ya tenía poco más de tres años.
De hecho Camila recuerda que en algún momento su hijo Fernando le dio las gracias por quererlo tanto, “abro mis ojitos y estamos en el parque, cierro mis ojitos y estamos en el parque”, para su hijo esto fue una bendición.
Camila también valoró la bendición de tener un hijo, lo cuidaba y procuraba no separarse de él, incluso cuando iba a trabajar, nunca lo dejó solo, siempre lo llevó a sus trabajos, aunque fuera a escondidas. 

Dosis de droga y dosis de fe
Su madre había sembrado en ella la fe y aunque se burlaba de ella por rezar, sabía que existía un Dios, y empezó a recurrir a Él, empezó a rezar a ir a Misa, pero simultáneamente seguía consumiendo drogas y alcohol.
Bajo sus efectos, repitió lo que había vivido, golpeaba a su hijo y se dio cuenta de que necesitaba ayuda.
Al primer congreso de sanación y liberación que asistió lo hizo drogada, Empezó a ir a congresos, “no me dí cuenta cómo llegué ahí, pero le gritaba -a Dios- que me ayudara, que estaba haciendo pedazos a mi hijo… estaba en las escaleras de arriba, cuando me di cuenta estaba abajo, un sacerdote me impuso sus manos sobre la cabeza y empecé a convulsionar, a gritar, a expulsar saliva blanca, ahí empezó mi conversión, me sentía liberada, pero todavía había voces, me decían cosas, que me matara, que no servía para nada, que mi hijo tampoco servía para nada, eso me hacía tomar más, y agredirme más a mí, empecé a odiar”.

Dios la llamaba, tenía un plan para ella
En una ocasión entró a una tienda en donde estaban escuchando Guadalupe Radio. Ella sintió que la voz del sacerdote que estaba al aire le envió un mensaje, así que preguntó por la estación, la buscó y no la encontró, así que empezó a buscar por otros lados, incluyendo otras religiones y también en la Nueva Era. En el fondo, no quería pertenecer a la Iglesia Católica, la figura de su madre rezando todo el tiempo y a pesar de eso recibir tanto mal trato, le indignaba; además de que conocía mucha gente chismosa y criticona que se decía católica.
Sedienta de paz, sedienta de amor, Camila cayó en todas las prácticas, “fui a que me leyeran las cartas, a que me hicieran limpias, tuve conocidas que eran santeras, brujas… Por casi dos años no podía dormir, tenía los ojos morados de tantas voces que oía, pesadillas, sueños asquerosos, amanecía fuera de mi casa, como si me hubieran golpeado, con moretones.
Era tanto el dolor que se decidió por Dios y empezó a recurrir a Él, “pero cada vez que me iba a un retiro, sufría unas enfermedades terribles, me quedaba una semana sin caminar”, y es que al demonio no le gustaba que ella empezara a corregir el camino, y la hostigaba para que desistiera.
Anduvo metida en tal cantidad de cosas, que no sabe qué fue lo que la enfermó, “me dio salmonela, tifoidea, tétanos, se me cayeron las uñas, el pelo, estaba tan débil que no podía sostenerme, los gusanos caminaban en mi cabeza, en mi espalda, en mi estómago, comiendo mis intestinos”.
Sufría unos dolores muy fuertes, pero sus gritos eran por dentro, “le gritaba a Dios que me ayudara, que me disculpara de tanto error, que iba a hacer lo que quisiera…”
Su estado se fue agravando y cayó en estado de coma por dos meses, ya la iban a desconectar, su familia ya sólo estaba esperando el final, su hijo tenía entonces siete años de edad.
Estando en coma, ella recuerda que se fue elevando, por un túnel oscuro, que conforme subía se iba haciendo más blanco:
“Llegué a un lugar donde me sentí muy tranquila, todo era verde, todo hermoso, y escuché una voz, pero al voltear fue tanta la luz que tuve que cerrar mis ojos, al agacharme solo vi unos pies preciosos, tenía sus llagas, era Jesús, yo no podía levantar mi mirada. Me dijo:
-No es tu tiempo, tienes que regresar.
-No, aquí estoy muy bien.
-Me haces más falta viva, que muerta.
“Después escuché la voz de mi hijo que me decía: - Mamá, no te mueras.”
Ya la habían desconectado, pero repentinamente salió del estado de coma, pero su salud seguía delicada, los médicos no garantizaron más de una semana de vida, y la mandaron a su casa.
Ya en su casa, una amiga la visitó y le llevó muchos productos para que saliera adelante. Y un día que su hijo se fue a la escuela, en su desesperación por tantos días sin consumir alcohol ni drogas, deprimida y consciente que el único momento en el que sintió paz fue cuando estuvo frente a Jesús, quería regresar a ese lugar, así que mezcló todos los productos, se los tomó todos juntos con la intención de acabar con su vida, y se quedó dormida por dos días.
Cuando el doctor la revisó, no encontró ya ninguna enfermedad, no tenía gusanos, sólo necesitaba reposo. Después de su recuperación le fue a dar gracias a Dios, y ya entendía que tenía un plan para ella porque le dijo: “Tú eres el único que sabes por qué me tienes aquí”.
Había sido evangelista, mormona, testigo de Jehová, pero no dejaba de rezar el rosario e ir a misa los domingos, había un vacío muy grande, hasta que después de tanto buscar ayuda, en la parada del camión escuchó nuevamente Guadalupe Radio, una señora que también esperaba estaba sintonizando la estación. Por fin la empezó a escuchar y se inscribió a la Escuela de la Fe en donde tomó un curso de Mariología y la Virgen la enamoró.
Camila pidió mucho ser sanada de su adicción y no sabe en qué momento obtuvo la sanación, pero se libró de las drogas y del alcohol, ahora tiene una paz como nunca antes la tuvo; a pesar de que su papá no considera haberle hecho ningún daño, lo perdonó y a diferencia de sus hermanos, puede abrazarlo y decirle que lo quiere. Pudo seguir estudiando y ahora es maestra en la Escuela de la Fe y consejera familiar y ha ayudado a muchas personas a salir delante de problemas similares.

Ha obtenido la sanación para otros, incluso la de su hijo
Son muchos los testimonios de personas que han podido sanar con la guía de la consejería y el favor de Dios. Camila mencionó brevemente dos casos: el primero, de una mujer con la que trabajó por siete años por una codependencia a su esposo, cada semana tomaba medicamentos para quitarse la vida porque no podía separarse de él y ya había perdido a sus hijos, quienes la odiaban por no querer retirarse de su esposo. Dios hizo su obra a través de sus instrumentos y esta mujer pudo salir adelante, ahora incluso en coordinación con Camila interviene para que otras mujeres se acerquen a la consejería.
Otro caso que comentó fue el de una jovencita atada a Satanás que gracias a un retiro de Guadalupe Radio, comenzó su proceso de sanación, y ahora es líder en grupos de jóvenes.
Este era el plan que Dios tenía para ella, ser Su instrumento para apoyar a otras personas a descubrir Su amor, e incluso pudo hacerlo con su hijo, quien a pesar de ser un chico noble, que le ayudó a trabajar para pagar sus estudios mientras Camila pagaba la comida, la casa y la ropa, pasó por un periodo en el que también comenzó a alcoholizarse y drogarse. “Fueron como dos años terribles, pero no dejé de doblar rodilla”. Su hijo fue liberado también de las adicciones, continuó estudiando y obtuvo su título de Ingeniero, y aunque ya no vive con su madre, rezan juntos el Rosario todos los días.
Camila sigue dando gracias a Dios por la maternidad, por las oraciones de su madre que le enseñó “a doblar rodilla” y eternamente agradecida con el Señor por todos los favores recibidos, está entregada al servicio y donando también su tiempo a Guadalupe Radio.


Claudia Ortiz
@claudiaortizdev
devazquez21@gmail.com
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