martes, 19 de noviembre de 2019

Un patrono para defender la fe, como ejemplo de los laicos mexicanos




Por Claudia Ortiz

No cabe duda que nuestra Iglesia Católica es Santa y que es guiada por la luz del Espíritu Santo, así lo demuestra el oportuno y reciente documento de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), que nombró al Beato Anacleto González Flores como “Patrono de los Laicos mexicanos”.
Los tiempos que se viven en nuestro país necesitan con urgencia de un ejemplo a seguir, y del impulso de un espíritu como el del hombre que inspiró a tantos y con sus letras despertó del letargo a una comunidad para que defendiera su fe.
En su comunicado del 11 de julio de 2019, la CEM pidió que el ejemplo del Beato Anacleto, “de su entregado amor a Dios, nos recuerde que el camino de la santidad es un martirio vivificante que sólo es posible gracias a la fuerza de Dios”.


Tepatitlán fue la ciudad jalisciense que vio nacer a Anacleto, quien contaba con 29 años, una fe fuerte y estudios en leyes cuando el presidente Venustiano Carranza promulgó la nueva Constitución de 1917 que impulsaba posturas radicales contra la Iglesia Católica, tales como la enseñanza laica no sólo en la escuela pública sino también en la privada; tomar propiedad de los templos y declarar a la Iglesia como incapaz de adquirir bienes, entre otros temas que hacían del catolicismo un delito en México. Ante esta amenaza Anacleto le propuso a su Arzobispo, el Siervo de Dios Francisco Orozco y Jiménez, la resistencia pacífica y civilizada a los ataques del Estado contra la Iglesia.
Formó la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa dirigida por jóvenes de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, recién fundada en orden a la restauración del orden social en México “Por Dios y por la Patria”.
Cuando el Presidente Plutarco Elías Calles tomó el poder en 1924 y declaró la guerra al catolicismo, Anacleto denunció la anemia espiritual de los católicos y aprovechó la recién establecida fiesta de Cristo Rey, por el Papa Pío XI en 1925, para afirmar que además de proclamarlo como Rey de la vida pública y social, los católicos debían de entender su responsabilidad como católicos y ayudar a Cristo con sus propios esfuerzos.
En esta obra de propagación de la verdad todos pueden hacer algo: los más rudos e ignorantes, dedicarse a estudiar; los más cultos, enseñar a los demás; los que no son capaces de escribir ni hablar, al menos pueden difundir un buen periódico; los que tienen destreza en hablar y escribir, podrán adoctrinar a los demás… A unos habrá que pedirles solamente ayuda económica; a otros su pluma y su palabra; a otros que no compren más los periódicos laicistas; a otros que vendan los periódicos católicos”.
Promovió la defensa de la fe a través de tres cruzadas: 1. La propagación de los buenos periódicos y la guerra a los diarios impíos. 2. La catequesis para niños y adultos en el mayor número de lugares posibles. 3. Limpiar de los malos libros los hogares y colocar en su lugar al menos un libro de formación religiosa.
El 2 de julio de 1926 se hizo pública la llamada Ley Calles, que atentaba contra todas las libertades de la Iglesia y que entraría en vigor el día 31 del mismo mes.
Tres días después de la publicación, el Episcopado Mexicano emitió una carta declarando imposible sujetarse a dicha ley, por lo que el culto se suspendería a partir de las 12 de la noche del 31 de julio. Por esta decisión el mandatario declaró rebeldes a obispos y sacerdotes y ordenó su aprehensión o muerte.
Ante estos hechos, Anacleto convocó a un boicot en México:
«No compre usted absolutamente nada superfluo. Lo necesario, cómprelo a un comerciante reconocidamente católico y que la mercancía sea producto de una fábrica cuyos propietarios y empleados sean católicos. No compre nada a los enemigos».
La noche del 31 de julio de 1926 los sacerdotes abandonaron las Iglesias y el pueblo pensaba en tomar las armas, algo con lo que Anacleto no estaba de acuerdo, pero que al agotar los recursos legales y cívicos posibles, apoyó con “su prestigio, su verbo y su vida”, describen sus biógrafos.
Un día antes de su muerte, Anacleto dejó su último legado espiritual dirigido a los laicos de todos los tiempos:
«Todavía es tiempo de que todos los católicos cumplan su deber; los ricos que den, los críticos que se corten la lengua, los díscolos que se sacrifiquen, los cobardes que se despojen de su miedo y todos que se pongan en pie, porque estamos frente al enemigo y debemos cooperar con todas nuestras fuerzas para alcanzar la victoria de Dios y de su Iglesia».
Fue aprehendido el 1 de abril de 1927 y de inmediato cruelmente martirizado, descoyuntaron sus extremidades, le levantaron las plantas de los pies y, a golpes, le desencajaron un brazo. A pesar de su dolor y sufrimiento perdonó al general Jesús María Ferreira y le ofreció interceder por él ante Dios al momento de su juicio divino. El militar ordenó que lo traspasaran en el lado izquierdo del torso.
Junto con ocho compañeros mártires de la persecución religiosa, fue beatificado el 20 de noviembre de 2005, por el Papa Benedicto XVI.
El tercer fin de semana de noviembre, la Iglesia Católica celebrará el Día del Laico. En una próxima entrega abundaremos sobre la labor del laico, por lo pronto conviene meditar los actos y escritos de nuestro patrono, así como sobre su espíritu y grande fe, para que él guíe nuestras acciones.


Datos de la autora:
Claudia Ortiz
@claudiaortizdev
devazquez21@gmail.com
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