miércoles, 30 de octubre de 2019

Una audiencia con el Rey del Cielo y la Tierra


Por Claudia Ortiz

Ten una cita con Él.
Cuando nos hemos decidido a alcanzar la santidad como proyecto de vida, qué mejor que acercarnos e imitar al Santo de los Santos.
Nuestro Señor Jesucristo estuvo entre nosotros y nos habló de su amor, no sólo con palabras, sino con hechos: cuando aceptó morir por nosotros y derramó hasta la última gota de su sangre y agua.
Aunque eso ocurrió hace dos mil años, aún se encuentra entre nosotros, en la Eucaristía y acercándonos a Él y postrándonos en su presencia, podemos poco a poco, muy poco a poco y a costa de vencernos cada día, ir transformándonos en otros Cristos.
“Jesús en la Eucaristía ampara a los justos, mueve a los pecadores, reanima a los tibios, fortalece a los pusilánimes, instruye a los ignorantes”, así lo reveló a Sor Josefa Menéndez, cuya causa está en proceso de Beatificación.


Sólo es cuestión de decidirnos a ponernos a sus pies, ser dóciles, dejarlo actuar y Él hará su parte.
En el número 584 del Diario de Santa Faustina Kowalska, Jesús nos dice lo siguiente: “Cuando contemplas en el fondo de tu corazón lo que te digo, sacas un provecho mucho mayor que si leyeras muchos libros. Oh, si las almas quisieran escuchar Mi voz cuando les hablo en el fondo de sus corazones, en poco tiempo llegarían a la cumbre de la santidad”.
Qué maravilla la disposición que el Señor tiene en apoyarnos, Él está ahí, sólo es cuestión de que queramos acudir y dejarnos tocar por sus rayos de amor. Y como Él lo dice, en poco tiempo llegarían a la cumbre de la Santidad.
Con toda seguridad la oferta no se aprovecha, probablemente ni siquiera se conoce, porque si así fuera, por la calle veríamos rostros transformados, llenos del gozo del Señor, familias unidas, vecinos cordiales, ciudadanos serviciales, en fin, es tan fácil, pero en lugar de acercarnos, nos vamos alejando de Él y por consiguiente, privándonos de esa maravilla del amor y la santidad.
Todo, todo puede resolverse cerca de la fuente del amor. Cuentan que Santo Tomás de Aquino, cuando no podía encontrar una explicación teológica para alguna cuestión, acudía al Sagrario, reclinaba ante Él su cabeza y salía de ahí con una respuesta.
Qué paz reinaría en nuestra vida, en nuestros hogares, si todas nuestras inquietudes fuéramos a resolverlas ante el Santísimo Sacramento del altar, las inspiraciones que recibiríamos para aclarar nuestras dudas, para tomar decisiones.
El Santísimo Sacramento es el Rey del Cielo y la Tierra, y como tal, debemos honrarlo y acudir a Él en todo momento, con más razón en caso de duda, de necesidad, para obtener la ayuda requerida.
Y como todo Rey, por su majestad, debemos seguir un protocolo, ya que por fe creemos que en la Eucaristía está presente Jesús, y por amor creemos que merece toda la gloria y la alabanza. Pensemos el caso de que tuviéramos que presentarnos ante el presidente o rey de una nación, ¿cómo vestiríamos? Los encargados del protocolo nos indicarían un código de vestimenta, nos instruirían sobre cómo saludar, hasta dónde podemos acercarnos, cómo extender la mano, en qué lugar sentarnos, en fin, habría qué seguir una serie de especificaciones para que el encuentro pudiera llegar a buen término.
Ante el Señor de Señores, el Santo de los Santos, no hay quien nos lo indique, es nuestra fe, nuestro amor y nuestro vencimiento, los que nos van a dictar que debemos postrarnos de rodillas ante Él, que ante su presencia somos nada, que lo sabe todo, escuchémoslo; que puede sanarnos, abandonémonos; que Él está dispuesto a llevar nuestras cargas, confiemos.
A diferencia de cualquier dignatario, a Jesucristo ni siquiera debemos decirle nada -aunque podemos- nuestras penas, nuestras necesidades, de qué carecemos; Él lo sabe, así que podemos postrarnos ante su presencia en silencio, con todo el respeto que se merece el único y verdadero Dios, con toda nuestra atención, sin distracciones, en un encuentro íntimo, y entonces nos hablará en el fondo de nuestros corazones.
Estar ante el Santísimo Sacramento es tener una audiencia personal con Nuestro Señor Jesucristo, y estando en gracia, siendo dóciles, con humildad, venciéndonos, podemos obtener de estos encuentros frecuentes, nuestra salvación. Acudamos a Él sin limitaciones, sin reservas y que una petición prevalezca en nuestros corazones: La conversión de las almas, para Su mayor Honor y Gloria.


Datos de la autora:
Claudia Ortiz
@claudiaortizdev
devazquez21@gmail.com
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