Por Claudia Ortiz
Es común escuchar la frase “Feliz Navidad” y sólo de cuando en cuando se escucha por ahí que alguien se refiera a la época como “La Santa Navidad”. ¿Por qué ‘Santa´ Navidad?, me he dado a la tarea de tratar de reflexionar sobre el asunto para que este texto sea no sólo una felicitación, sino un motivo de análisis que nos hable sobre El que nace, a quien celebramos.
La Navidad es Santa porque el que nace es Santo y vino a enseñarnos a
recorrer el camino que nos lleve al Padre, que no es otra cosa sino un camino a
la santidad y la manera de alcanzarla.
Pero quiero aclarar que no pretendo limitar la grandeza de Jesús y su
obra redentora al considerarlo Santo, así como tampoco pretendo reducir todas
las maravillas que realizó y sus grandes enseñanzas en estas pocas líneas; sólo
deseo hacer hincapié sobre algunos sucesos de la vida de Jesús que nos sirven
de ejemplo para seguir el camino de la santidad.
Nació humilde
Jesucristo dejó su lugar a la derecha del Padre, su trono junto al
Altísimo, para descender y venir a obtener para nosotros el perdón, se hizo
Niño y pudiendo nacer en un palacio, rodeado de sirvientes, nace en una
inhóspita cueva, pobre y decide servir para enseñarnos la humildad.
La mística María Valtorta, en el volumen 1 de “El Hombre-Dios” describe
así la cueva en la que nació el Divino Niño: “Como hay muy poca luz y para ver
mejor, José saca la yesca y prende una candileja que toma de la alforja que
trae sobre la espalda. Entra y un mugido lo saluda. “Ven, María. Está vacía. No
hay sino un buey.” José sonríe. “Mejor que nada…”
María baja del borriquillo y entra.
José puso ya la candileja en un clavo que hay sobre un tronco que hace de
pilar. Se ve que todo está lleno de telarañas. El suelo, que está batido, revuelto,
con hoyos, guijarros, desperdicios, excrementos, tiene paja. En el fondo, un
buey se vuelve y mira con sus quietos ojos. Le cuelga hierba del hocico. Hay un
rústico asiento y dos piedras en un rincón cerca de una hendidura. Lo negro del
rincón dice que allí suele hacerse fuego. …”
Obediencia, amor y respeto
El que nace es Santo porque vivió con sus padres, porque los honró y amó,
aprendió el oficio de su padre adoptivo José, porque aprendió todo lo que su
madre le enseñó sobre la religión judía y le dio su lugar justo al inicio de su
vida pública, cuando aún no era su momento pero en obediencia a ella y para
hacerla feliz, escuchó a La Madre e hizo lo que le pidió.
De acuerdo al relato en las revelaciones a María Valtorta, Jesús había
ido a las Bodas de Caná para “hacer feliz” a su Madre, y explica en el tomo 1 el
sentido de Sus palabras: “Cuando dije a los discípulos “Vayamos a hacer feliz a
mi madre”, había dado a mis palabras un sentido más alto del que parecían
tener. No se trataba de la felicidad de verme, sino de ser Ella iniciadora de mi
actividad de milagros y la primera benefactora del género humano. No lo
olvidéis nunca. Mi primer milagro se hizo por María. El primero como prueba de
que María es la llave del milagro. Yo no niego nada a mi Madre y por su
plegaria anticipo también el tiempo de la gracia. Conozco a mi Madre, cuya
bondad sólo Dios supera. Sé que el haceros un bien es lo mismo que hacerla
feliz, porque es ella todo amor. Por esto dije: “Vayamos a hacer feliz a mi
Madre””.
Amor, respeto y obediencia, finalmente todos combinados son grandes
ejemplos a seguir y resultan de gran beneficio porque nos otorga a una gran
intercesora.
Dio batalla a la tentación y lo
hizo siempre en oración y pensando en nosotros
El que nace es Santo porque ejercitó la templanza y tuvo fortaleza cuando
fue tentado en el desierto después de cuarenta días sin comer, porque en ese
tiempo buscó su fuerza y alimento en la oración.
Nuestro Señor no se conformó con sufrir la tentación en ayuno y además
hacerlo en oración, sino que además lo hizo pensando en nosotros, enseñándonos
en todo momento el camino, así lo describe otra mística, Sor María de Jesús de
Ágreda, en el 4to tomo de las revelaciones “Mística Ciudad de Dios”: “Y para
entrar como hombre en la batalla hizo oración al Padre en lo superior del
espíritu, a donde no llega la noticia del demonio, y dijo a Su Majestad: Padre
Mío y Dios eterno, con mi enemigo entro en la batalla para quebrantar sus
fuerzas y soberbia contra vos y contra mis queridas almas; y por vuestra gloria
y su bien quiero sujetarme a sufrir la osadía de Lucifer y quebrantarle la
cabeza de su arrogancia, para que la hallen vencida los mortales cuando sean
tentados de esta serpiente.... Os suplico,
Padre mío, os acordéis de mi pelea y victoria, cuando los mortales sean
afligidos del enemigo común, y que alentéis su flaqueza para que en virtud de
este triunfo lo consigan ellos y con mi ejemplo se animen y conozcan el modo de
resistir y vencer a sus enemigos.”
Perdonó a sus enemigos
En el tomo 5 de “Mística Ciudad de Dios” Sor María de Ágreda describe así
el momento:
“Y como el madero de la Santa Cruz era el trono de la majestad real de
Cristo y la cátedra de donde quería enseñar la ciencia de la vida, estando ya
Su Majestad levantado en ella y confirmando la doctrina con el ejemplo, dijo
aquellas palabras en que comprendió la suma de la caridad y perfección: Padre,
perdónalos, que no saben lo que hacen. ... Y en prueba de
esta verdad que nos había enseñado, lo practicó y ejecutó en la cruz, no sólo
amando y perdonando a sus enemigos, sino disculpándolos con su misma
ignorancia, cuando su malicia había llegado a lo supremo que pudo subir en los
hombres, persiguiendo, crucificando y blasfemando de su mismo Dios y Redentor.”
Por difícil que era, aceptó la
voluntad de Dios
Porque ignoró su voluntad y se puso en manos de Dios: “Padre, si quieres,
aparta de mí esta copa, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. (Lc 22,
42). Al respecto Sor María de Jesús de Ágreda escribe lo siguiente: “Y para
manifestar lo que yo entiendo, advierto que en esta ocasión entre nuestro
Redentor Jesús y el eterno Padre se trataba del negocio más arduo que tenía por
su cuenta, que era la redención humana y el fruto de su pasión y muerte de
cruz, para la oculta predestinación de los santos. Y en esta oración propuso
Cristo nuestro bien sus tormentos, su sangre preciosísima y su muerte al eterno
Padre, ofreciéndola de su parte por todos los mortales, como precio superabundantísimo
para todos y para cada uno de los nacidos y de los que después habían de nacer
hasta el fin del mundo."
Pretende ser este escrito un buen deseo para esta Santa Navidad, el anhelo es que éste sea el principio de un camino a seguir el único que nos
lleva a la gloria como Jesús mismo lo dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida. Nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14, 6) y Él fue el primero en
recorrerlo con gotas de sangre y dando todo de sí, hasta la última gota de agua;
por el contrario, nosotros podemos recorrerlo amando a Dios y a nuestro prójimo,
y así alcanzaremos la Santidad.
Nota: En el libro de las
revelaciones a Santa Brígida he encontrado una leyenda que me parece importante
compartir:
“Cuando la Iglesia aprueba
una revelación privada, esa aprobación es simplemente una declaración de que
ella no encontró nada en esas revelaciones que fuese contrario a la fe y a las
buenas costumbres, y que los fieles pueden leerlas sin ningún peligro para las
almas.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario